«Las formas del silencio» es el título de la muestra homenaje a uno de los más universales escultores cubanos que acoge por estos días el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam...
Escrito por Giusette León García
A contrapelo de su título, «Las formas del silencio», muestra homenaje a uno de los más universales escultores cubanos que acoge por estos días el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, es un alegato ya demasiado postergado sobre la obra de Agustín Cárdenas, uno de los cubanos que, a base de talento, conquistó la meca artística parisina en la mitad del siglo pasado.
Fundador del Grupo de los Once, el artista matancero expuso entre 1953 y 1955 junto a creadores como René Ávila, Rafael Soriano y Raúl Martínez, sin embargo, la mayor parte de su trabajo se desarrolló en Francia, a donde emigró con menos de treinta años, pero sin dudas convertido ya en un escultor sólido.
«El ejemplar magisterio de Juan José Sicre lo había entregado para afrontar sin titubeos los rigores y riesgos de la talla directa. De Sicre debió haber aprendido, también, lo útil de colocarse en el momento moderno, después de estudiar bien de cerca a los clásicos», afirma María de los Ángeles Pereira en sus palabras al catálogo.
«Las formas del silencio» viene a ser entonces la ocasión para que nos encontremos con un grande muchas veces desconocido o, cuando menos, distante para el público cubano, a pesar de que nació y se formó en esta tierra y de ella tienen sus piezas el gusto exquisito por la madera, perceptible aun en sus bronces como una marca de identidad estética.
¿Abstracción o figuración? No falta quien se debata en la búsqueda de una verdad en este sentido alrededor de la obra de Agustín Cárdenas. En las figuras que hoy habitan el Lam podemos observar, mejor, descubrir, reinventar, percibir escenas, rostros, relaciones. Los títulos casi siempre sugieren, invitan, otras veces liberan la imaginación de quien tiene ojos para ver el arte, y se produce entonces esa segunda creación en la que somos protagonistas.
«Cárdenas tomó conciencia y posesión de ese bien común que es la memoria reunida en el continuo del trato del hombre con la naturaleza. En tanto escultor, supo escudriñar en ella, en su riqueza vegetal y mineral, los secretos de ese universo de formas que escapan totalmente a la voluntad humana; formas que no son abstractas porque, visibles o no para nosotros, están ahí, y han precedido o sucedido desde siempre a todos los diluvios, a todas las glaciaciones…».
Por ahí sitúa Pereira las claves para lo que describe como «la acogida inmediata, la ascendente carrera, la admiración que despertó internacionalmente su obra a lo largo de la segunda mitad del siglo XX (la que todavía despierta), a partir del desprejuicio y de la inclusiva avidez de aprendizaje con que el artista cubano comprometió su existencia».
Agustín Cárdenas nació en Matanzas en abril de 1927, realizó estudios en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro. En 1955 viaja a Francia, donde conoce a Andre Breton, y a instancias de este participa un año después en una exposición colectiva en la galería surrealista de Etoile Scellée. Ese fue solo el principio de una prominente carrera que incluyó más de un centenar de exposiciones colectivas y treinta y cuatro personales, y se extendió a Canadá, Austria, Israel, Japón, Corea.
Distinguido como Caballero de las Artes y las Letras, este cubano esculpió con éxito mármol en Carrara y fundió bronce en Piedrasanta, pero desde 1994 volvió a casa, donde fue reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1995. Falleció en La Habana en 2001 y, aunque sus cinco hijos nacieron en Francia y sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse, Agustín Cárdenas pertenece y prestigia, enriquece y trasciende en el arte cubano de todos los tiempos.
Tan hijo de la mezcla, del mestizaje étnico, tan consciente de su origen, que emerge sin complejos en las elecciones estéticas, en las miradas, en los temas, en las propias formas y en aquel mencionado apego a la madera, la universalidad de Agustín Cárdenas ratifica su identidad, y agradecemos como un regalo esperado este diálogo personal que el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, Galería Vallois y el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, nos permiten sostener con su obra.
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